martes, 23 de septiembre de 2014

El poema de Mio Cid

    
El único manuscrito conservado del Cantar de Mio Cid que ha llegado hasta nosotros relata las hazañas heroicas inspiradas en el caballero Rodrigo Díaz de Vivar. El poema, que consta de 3735 versos, constituye el "primer monumento de la literatura española" y destaca por su alta calidad poética, obra maestra dentro del criterio artístico de la épica. Fue compuesto, según Menéndez Pidal, en el año 1140, o sea, poco menos de medio siglo después de la muerte de su protagonista. No obstante, la crítica actual lo data en el año 1207 (fecha que aparece en el explicit), siendo el texto que conservamos en la actualidad una copia hecha en el siglo XIV por un tal Per Abbat. También sostiene Pidal la teoría de una doble autoría; dos juglares que tomarían parte en el proceso de formación del actual Poema del Cid. Uno de ellos, al que llama "poeta de San Esteban de Gormaz", sería el primer "autor" de la obra, destinada a resaltar la figura de don Rodrigo. El otro "autor", llamado "poeta de Medinaceli", actuaría en funciones de refundidor,  sin relación directa con los hechos y atento a los efectos poéticos.
El Poema de Mio Cid resulta un testimonio de la fama que dejó de su vida pública y privada el valiente y hábil capitán Rodrigo Díaz de Vivar. Sin embargo, tampoco existe una sujeción total a lo que la historia conserva de la verdad de los hechos. Y así podemos observar en la obra la presencia de algunos motivos folklóricos (como el engaño a los dos judíos Raquel y Vidas, cuyo tema del engaño de las arcas de arena que se hacen pasar por oro aparece en multitud de cuentos). También observa Menéndez Pidal la imitación de la épica francesa como, por ejemplo, en la manifestación del dolor de los personajes por medio de lágrimas; así, plorer des oilz es la fórmula corriente del dolor en las canciones de gesta francesas y "llorar de los ojos" será dominante en el Cantar. 
   
Respecto a la historia sobre el Cid, el autor elige algunos aspectos de la compleja personalidad de Rodrigo (h 1043-1099). "En primer lugar, destaca la lealtad que muestra hacia el Rey, señor natural del Cid, puesta a prueba por las calumnias de sus enemigos. Por razón de estas insidias, el Rey se enoja con don Rodrigo y lo destierra. Al frente de su hueste, el Cid se aleja de Castilla, pero no se rebela contra su señor; penetra en tierra de moros, y a unos los vence con las armas y a otros los hace sus vasallos por tratos. A partir de entonces emprende una política de guerras y acuerdos que le conduce a ganar la ciudad de Valencia. Entre tanto, vuelve al favor de su Rey, y su consideración heroica se basa en el esfuerzo de su brazo, al frente de los suyos, sirviendo a lo que él estima la obra buena y recta, que le lleva al triunfo sobre sus enemigos. La virtud del fuerte capitán está basada en la fe en Dios, la lealtad hacia su Rey, la justicia en su señoría, el amor familiar hacia la mujer y las hijas, el valor en el combate, etc. Don Rodrigo alcanza la categoría de héroe con hechos que prueban su nobleza, y en todo se muestra mesurado." (Fr. López Estrada). El Cid es un verdadero héroe clásico, ya que reúne las características de la sapientia et fortitudo; el Cid es sabio por sus cualidades oratorias, caracterizadas por la mesura, la cual implica prudencia, buen sentido, tacto y sobriedad. Incluso en las mayores dificultades domina sus palabras. El Cid, héroe humano, aparece siempre dueño de sus pasiones. Cuando se ve agobiado para salir al destierro, prorrumpe en una simple queja contra sus enemigos, no contra el rey, "fabló mio Cid bien e tan mesurado: esto me han vuelto mios enemigos malos"

Pero el Cid también es fuerte y valeroso, como demuestra en su faceta guerrera y en su capacidad de caudillaje. Con esta fuerza, inmensa y moderada, conquista el reino de Valencia, y no se hace rey, sino que, en bien de la cristiandad, pone su reino en vasallaje de Alfonso. Ese vasallo, con su fortaleza, no sólo conquista un reino y vence la injusticia de su rey, sino que vence la envidia de sus enemigos de alta alcurnia. 


El Poema de Mio Cid aparece dividido en tres cantares: el cantar del destierro, el cantar de las bodas de las hijas del Cid y el cantar de la afrenta de Corpes
Al primer cantar le falta la primera hoja: no más de cincuenta versos. El cantar trata el destierro del Cid por el rey Alfonso VI de Castilla. El Cid debe abandonar a su esposa e hijas e inicia una campaña militar acompañado de sus hombres fieles en tierras no cristianas, enviando un presente al rey tras cada victoria para conseguir el favor real. 
En el segundo cantar el Cid asedia y conquista la ciudad de Valencia. El rey perdona al Cid y le propone casar a sus hijas, doña Elvira y doña Sol, con los infantes de Carrión. El Cid accede a ello y las bodas se celebran solemnemente.  
En el tercer y último cantar, los infantes muestran su cobardía, primero ante un león que se escapa, después en la lucha contra los árabes. Sintiéndose humillados, deciden vengarse del Cid y de sus hombres. Para ello emprenden un viaje hacia Carrión con sus esposas y, en el robledal de Corpes, las azotan y abandonan. El Cid pide justicia al rey, el cual convoca Cortes en Toledo. Los infantes quedarán deshonrados y el poema finalizará con el proyecto de boda entre las hijas del Cid y los infantes de Navarra y Aragón.
El tema principal del poema es la recuperación de la honra que Mio Cid había perdido ante los ojos del Rey por causa de las calumnias de sus enemigos en la Corte. Por tanto, todo el poema no será más que el intento de transformar la IRA REGIA en GRATIA REGIA. El Cid conseguirá rehabilitarse por medio de sus conquistas militares y de su continuo vasallaje al Rey. Para ratificar su nuevo estatus se conciertan las bodas de sus hijas con linajes de mayor prestigio, como lo son los infantes de Carrión. Pero, paradójicamente, con ello se produce la nueva caída de la honra del Cid, debido el ultraje de los infantes a sus hijas, a las que vejan, fustigan y abandonan en el robledal de Corpes. Ante este ataque el Cid no responde con violencia sino que sigue los cauces de la reclamación jurídica ante las cortes presididas por el rey. Su honor se restaura mediante un duelo decretado por el soberano y rematado con la declaración legal de su infamia. El honor del Cid quedará restablecido hasta tal punto de que llegará a emparentar con las familias reales de Navarra y Aragón gracias a las segundas bodas de sus hijas. 
La historia de Mio Cid es narrada por un poeta juglaresco que piensa siempre en el público que tiene delante y al cual se dirige expresamente con un vocativo: "mala cuita es, señores, haber mengua de pan" o el empleo de expresiones para atraer la atención de los oyentes: "¡Aquí veriedes quexarse ifantes de Carrión!". A menudo abandona la objetividad para tomar en los sucesos que narra una parte afectiva. Así, cuando los infantes maltratan a sus mujeres, desahoga el poeta su indignación y exclama dos veces: "¡Cuál ventura seríe ésta, si ploguiese al Criador que asomase esora el Cid!".  La tercera persona del narrador alternará frecuentemente con la primera, en los diálogos y monólogos de los personajes, que infundirá al Cantar un carácter más dramático.  
El arte juglaresco, arte oral y cantado, utiliza además fórmulas tradicionales que sirven para la memorización y recitado del poema. Entre estas fórmulas se encuentran los epítetos épicos, que sirven para dotar a los personajes de cualidades excelentes: "Fabló mio Cid, el que en buen ora cinxo espada".
En cuanto a la forma, el Cantar se caracteriza por el uso de la rima asonante y el metro irregular. Los versos pueden llegar a tener hasta veinte sílabas y quedan divididos en dos hemistiquios por una pausa o cesura central. La rima asonante permite la agrupación de los versos en tiradas monorrimas más o menos largas. Así, el cantar del Destierro en sus 1086 versos tiene 63 tiradas, que vacilan entre 4 y 109 versos cada una. El cantar de las Bodas, con 1193 versos, costa de 48 tiradas, de a 146 líneas. Y el cantar de Corpes, con 1453 versos ,tiene sólo 41 tiradas de 5 a 190 versos. 

Fuentes:
En torno al Poema del Cid, Ramón Menéndez Pidal.
Introducción a la literatura medieval española, Francisco López Estrada.
    

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