miércoles, 8 de octubre de 2014

El Romancero. Origen, temas, estilo y pervivencia

El término romance tiene una significación polisémica en la Edad Media. La acepción más amplia del término es la que señala la lengua vernácula de los lugares en que ésta procede del latín del Imperio romano. Los otros usos de la palabra romance con un sentido literario denotan una significación difícil de precisar con exactitud pero que se sitúa en los límites de "relación escrita, relato o narración". En este amplio campo de significaciones se establece la que aquí nos importa: el romance como una forma poética determinada. 
Los romances son poemas épico-líricos de corta extensión y de carácter narrativo, que se recitan o cantan al son de un instrumento. Están formados por un número indeterminado de versos octosílabos con rima asonante en los pares - manteniendo casi siempre la misma rima durante toda la composición -, mientras quedan libres los impares. De acuerdo con esta métrica, podríamos afirmar que constituyen fragmentos segregados de pasajes pertenecientes  a los cantares de gesta (de dieciséis sílabas y monorrimos). Con todo, por el uso de ciertas fórmulas y por la importancia de la comunicación afectiva estás más cerca de la poesía tradicional que de la épica. 
Teniendo en cuenta lo anterior, hay quienes afirman que los romances tienen su origen en los poemas épicos, una vez que decae el interés en ellos, a partir de la fragmentación tras la pausa central o cesura (teoría tradicionalista); y quienes defienden que se trata de una rama independiente de la lírica popular que se enriqueció de los cantares de gesta (teoría individualista). 
Los romances más antiguos son de finales del siglo XIV y principalmente del siglo XV. Se llaman romances viejos y pertenecen a la literatura popular y tradicional con todas sus características de transmisión oral, anonimia, variantes, etc. Los romances fueron no solo difundidos por los juglares sino que formaban parte de la memoria popular, transmitiéndose de padres a hijos. Conservamos gran número de romances viejos ya que durante el siglo XVI se hicieron masivas y baratas reproducciones de romances en pliegos sueltos, denominados también pliegos de cordel, y, porque en los siglos XVI y XVII, se recopilaron en Cancioneros o Romanceros, como el Cancionero de Romances, publicado hacia 1547, o el Romancero General, de 1600. A partir del siglo XVI hasta finales del siglo XVII muchos poetas cultos - Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo - componen también romances a los que se les da el nombre de romances nuevos o artísticos que amplían y renuevan el contenido temático y los recursos formales. 
Estos romances viejos se suelen agrupar en tres grupos: históricos, épicos y literarios (novelescos o de aventuras).
1-Los romances históricos, como su nombre indica, se refieren a un hecho contemporáneo, por lo que son los únicos que permiten datar su origen con cierta precisión (por ejemplo, el Romance del rey don Pedro refleja las revueltas de Castilla en el siglo XIV). 
Un tipo especial de los históricos son los romances fronterizos, que aluden a la lucha contra los moros en la frontera con la España musulmana. En estos romances los árabes son considerados con simpatía y suelen aparecer como nobles amantes desdeñados. Los más bellos y conocidos son los que comienzan: "Abenámar, Abenámar". "Moricos, los mis moricos"...

2-Los romances épicos desarrollan temas propios de las canciones de gesta o y se agrupan por ciclos: 
               - Españoles: se centran en personajes como Bernardo del Carpio, Fernán González ("Buen conde Fernán González"), el Cid ("Cabalga Diego Laínez") y los infantes de Lara
       - Carolingios y bretones: son romances que presentan mayor complicación novelesca, sentimentalismo y pomposidad que los poemas épicos españoles. Del ciclo carolingio destacan romances que proceden más o menos directamente de la Chanson de Roland y que tratan los temas de Roncesvalles o Montesinos. En cuanto a los bretones, cabe citar los dedicados a Lanzarote y Tristán

3- Los romances literarios (novelescos o de aventuras): se insertan en una tradición más amplia de leyendas y motivos sentimentales comunes a otros países europeos. Entre ellos destacan personajes como el conde Olinos, Blancaflor, Rosafresca, etc. Entre los líricos son muy celebrados el de la tortolita viuda (Fontefrida), el del conde Arnaldos, el romance del prisionero, etc. 

Esta diversidad temática se debe a que los juglares, estudiando las reacciones del auditorio, van adaptando el género narrativo a los gustos del momento. De este modo, público y juglar se convierten en verdaderos coautores del Romancero, que vive en continuo proceso de remodelación. Público y juglar van haciendo desaparecer los pasajes grandilocuentes y heroicos de la epopeya en favor de los episódicos y sentimentales. En este mismo tono, y teniendo buen cuidado en no herir a la nobleza cortesana, los juglares recogen los acontecimientos contemporáneos, dando lugar al Romancero noticiero y fronterizo.
Desde el punto de vista estilístico, el Romancero manifiesta una gran sencillez, que, con recursos elementales, produce un gran efecto estético. Entre sus principales rasgos destacan:
a) La búsqueda de la esencialidad, eliminando todos aquellos elementos narrativos juzgados accesorios. El romance prefiere, pues, las formas breves. 
b) La espontaneidad, con un empleo común del estilo directo y del diálogo, formas que favorecen la presentación dramática del contenido del romance.
c) El fragmentarismo, con el que se prescinde de los antecedentes del relato (comienzo in media res) y se centra en un momento determinado de la acción que se estima suficientemente expresivo, para acabar bruscamente, de forma repentina, sin que se conozca el desenlace final (truncamiento). Esta ruptura brusca de la narración produce una increíble eficacia poética, al atrapar al oyente en el misterio y la emoción, dejándolo en el momento de mayor intensidad dramática. 
d) Una tendencia estilística arcaizante: uso de -e paragógica en posición de rima, orden morfosintáctico arcaico en el uso del posesivo (la mi casa), selección de léxico (doliente por enfermo, florido por canoso, paladín...), uso de fórmulas heredadas de la épica ("buen Cid"...).
e) La abundancia de paralelismos, repeticiones, exclamaciones, antítesis y enumeraciones; alternancia de tiempos verbales (presente / pretérito) para narrar la misma acción y cuyo fin es romper la monotonía de las narraciones en pasado, etc. 
A día de hoy podemos decir que los romances perviven con una vitalidad sorprendente, convirtiéndose en la poesía nacional por excelencia cuya huella se observa en la tendencia octosilábica de la prosa castellana. Nuestro teatro nacional de la Edad de Oro, las crónicas, Lope de Vega, Góngora, Quevedo se nutren del romancero, que con los románticos salta las fronteras nacionales. La pasión por el Romancero pervive incluso en el siglo XX de la mano de los poetas cultos, sobre todo de la Generación del 27. Así, Federico García Lorca aprovechará las cualidades expresivas y líricas de esta estrofa en su célebre Romancero gitano


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