jueves, 9 de octubre de 2014

Las mujeres en el Romancero novelesco. La casada infiel.


El Romancero novelesco es un género esencialmente femenino por el predominio de mujeres como personajes principales. En él coexisten dos arquetipos femeninos antitéticos; las malvadas y lujuriosas frente a las mujeres ejemplares, paradigmas de virtud. En ambos casos, estos personajes presentan móviles fundamentalmente pasionales, con problemas expresados de modo abierto: amor imposible, deshonra y venganza, adulterio... Pero todos estos problemas los afrentan con valentía, ya que estas mujeres son activas y fuertes, mujeres que no vacilan en cometer adulterio e, incluso, en vengarse de los amantes que las desdeñan. Pues, si en algo llama la atención en ellas es su desenvoltura, no dudando en poner su honra en peligro; ya consintiendo a los avances de un caballero, ya tomando la iniciativa en seducir a alguno. 
En general, podemos observar tres tipos diferentes de figuras femeninas, teniendo en cuenta su actitud:
1-La mujer víctima: protagonista muy joven, acosada o seducida. Aparece como víctima del varón. Así tenemos, por ejemplo, el romance de La seducción de la Cata, romance de deshonra y venganza.

La seducción de la Cata

Amores trata Rodrigo - descubierto ha su cuidado;

a la Cava lo decía - de quien era enamorado;
miraba su lindo rostro, - miraba su rostro alindado,
sus lindas y blancas manos - él se las está loando:
- Querría que me entendieses - por la vía que te hablo:
darte hía mi corazón - y estaría al tu mandado.
La Cava, como es discreta, - a burlas lo había echado;
el rey hace juramento - que de veras se lo ha hablado;
todavía lo disimula - y burlando se ha excusado.
El rey va a tener la siesta - y en un retrete se ha entrado;
con un paje de los suyos - por la Cava ha enviado.
La Cava, muy descuidada, - cumplió luego a su mandado.
El rey, luego que la vido, - hale de recio apretado,
haciéndole mil ofertas, - si ella hacía su rogado.
Ella nunca hacerlo quiso, - por cuanto él le ha mandado,
y así el rey lo hizo por fuerza - con ella, y contra su grado.
La Cava se fue enojada, - y en su cámara se ha entrado.
No sabe si lo decir, - o si lo tener callado.
Cada día gime y llora, - su hermosura se va gastando.
Una doncella, su amiga, - mucho en ello había mirado,
y hablóle de esta manera, - de esta suerte le ha hablado:
- Agora siento, la Cava, - mi corazón engañado,
en no me decir lo que sientes - de tu tristeza y tu llanto.
La Cava no se lo dice, - mas al fin se lo ha otorgado.
Dice cómo el rey Rodrigo - la ha por fuerza deshonrado,
y por que más bien lo crea, - háselo luego mostrado.
La doncella, que lo vido, - tal consejo le ha dado:
- Escríbeselo a tu padre, - tu deshonra demostrando.
La Cava lo hizo luego, - como se lo ha aconsejado,
y da la carta a un doncel - que de la Cava es criado.
Embarcárase en Tarifa - y en Ceuta la hubo llevado,
donde era su padre, el conde, - y en sus manos la hubo dado.
Su madre, como lo supo, - grande llanto ha comenzado.
El conde la consolaba - con que la haría bien vengado
de la deshonra tan grande - que el rey les había causado

2- La mujer transgresora: mujer que, lejos de resignarse, y en defensa de su honor, se atreve a desafiar al amante transgresor. También es aquella que toma la iniciativa en el cortejo amoroso, como en Gerineldo.

Romance de Gerineldo
Gerineldo, Gerineldo,—el mi paje mas querido,
quisiera hablarte esta noche—en este jardin sombrío.
—Como soy vuestro criado,—señora, os burlais conmigo.
—No me burlo, Gerineldo,—que de verdad te lo digo.
—¿A qué hora, mi señora,—comprir heis lo prometido?
—Entre las doce y la una,—que el rey estará dormido.—
Tres vueltas da a su palacio—y otras tantas al castillo;
el calzado se quitó—y del buen rey no es sentido:
y viendo que todos duermen—do posa la infanta ha ido.
La infanta que oyera pasos—le esta manera le dijo:
—¿Quién a mi estancia se atreve?—¿Quién a tanto se ha atrevido?
—No vos turbeis, mi señora,—yo soy vuestro dulce amigo,
que acudo a vuestro mandado—humilde y favorecido.—
Enilda le ase la mano—sin mas celar su cariño;
cuidando que era su esposo—en el lecho se han metido,
y se hacen dulces halagos—como mujer y marido.
Tantas caricias se hacen—y con tanto fuego vivo,
que al cansancio se rindieron—y al fin quedaron dormidos.
El alba salia apenas—a dar luz al campo amigo,
cuando el rey quiere vestirse,—mas no encuentra sus vestidos:
—Que llamen a Gerineldo—el mi buen paje querido.—
Unos dicen:—No está en casa.—Otros dicen:—No lo he visto.—
Salta el buen de su lecho—y vistióse de proviso,
receloso de algun mal—que puede haberle venido.
Al cuarto de Enilda entrara,—y en su lecho halla dormidos
a su hija y a su paje—en estrecho abrazo unidos.
Pasmado quedó y parado—el buen rey muy pensativo:
pensándose qué hará—contra los dos atrevidos.
—¿Mataré yo a Gerineldo,—al que cual hijo he querido?
¡Si yo matare la infanta—mi reino tengo perdido!—
En tal estrecho el buen rey,—para que fuese testigo,
puso la espada por medio—entre los dos atrevidos.
Hecho esto se retira—del jardín a un bosquecillo.
Enilda al despertarse,—notando que estaba el filo
[p. 319] de la espada entre los dos,—dijo asustada a su amigo:
—Levántate, Gerineldo,—levántate, dueño mio,
que del rey la fiera espada—entre los dos ha dormido.
—¿Adónde iré, mi señora?—¿Adónde me iré, Dios mio?
¿Quién me librará de muerte,—de muerte que he merecido?
—No te asustes, Gerineldo,—que siempre estaré contigo:
márchate por los jardines—que luego al punto te sigo.—
Luego obedece a la infanta,—haciendo cuanto le ha dicho:
pero el rey, que está en acecho,—se le hace encontradizo.
—¿Dónde vas, buen Gerineldo?—¿Cómo estás tan sin sentido?
—Paseaba estos jardines—para ver si han florecido,
y vi que una fresca rosa—el calor ha deslucido.
—Mientes, mientes, Gerineldo,—que con Enilda has dormido.—
Estando en esto el sultan,—un gran pliego ha recibido:
ábrelo luego, y al punto—todo el color ha perdido.
—Que prendan a Gerineldo,—que no salga del castillo.—
En esto la hermosa Enilda—cuidosa llega a aquel sitio.
De lo que pasa informada,—y conociendo el peligro,
sin esperar a que torne—el buen rey enfurecido,
salta las tapias lij era—en pos de su amor querido.
Huyendo se va a Tartaria—con su amante y fiel amigo,
que en un brioso caballo—la atendia en el egido.
Allí antes de casarse—recibe Enilda el bautismo,
y las joyas que lleva—en dos cajas de oro fino
una vida regalada—a su amante han prometido.

3- La mujer perversa: mujer algo más madura, de dudosa moral, preferentemente casada. Entre ellas destaca el modelo de mujer adúltera (Albaniña).

Romance de Albaniña
 Blanca, sois, señora mia,—mas que el rayo del sol:
¿si la dormiré esta noche—desarmado y sin pavor?
que siete años, habia, siete,—que no me desarmo, no.
Mas negras tengo mis carnes—que un tiznado carbón.
—Dormilda, señor, dormilda,—desarmado sin temor,
que el conde es ido a la caza—a los montes de Leon.
—Rabia le mate los perros,—y águilas el su halcon,
y del monte hasta casa,—a él arrastre el moron.—
Ellos en aquesto estando—su marido que llegó:
—¿Qué haceis, la Blanca-niña,—hija de padre traidor?
—Señor, peino mis cabellos,—péinolos con gran dolor,
que me dejeis a mí sola—y a los montes os vais vos.
—Esa palabra, la niña,—no era sino traición:
¿cuyo es aquel caballo—que allá bajo relinchó?
—Señor, era de mi padre,—y envióoslo para vos.
—¿Cuyas son aquellas armas—que están en el corredor?
—Señor, eran de mi hermano,—y hoy os las envió.
—¿Cuya es aquella lanza,—desde aquí la veo yo?
—Tomalda, conde, tomalda,—matadme con ella vos,
que aquesta muerte, buen conde,—bien os la merezco yo.


Ya en pleno siglo XX, el poeta granadino Federico García Lorca trató también el tema de la esposa infiel en su Romancero gitano. Escuchad el siguiente poema prestando especial atención a las repeticiones y metáforas.

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