Bajo el nombre de Mester de clerecía se reúne tradicionalmente a un grupo de escritores cultos, generalmente clérigos, que conocen el latín y que realizan su labor literaria a lo largo de los siglos XIII y XIV. Su rasgo común más destacable es la utilización de una estrofa llamada "cuaderna vía". Esta estrofa adoptada por el mester está formada por cuatro versos monorrimos (tetrástrofo monorrimo) de catorce sílabas (versos alejandrinos) divididos por una cesura central en dos hemistiquios. La rima es consonante.
La denominación de "mester de clerecía" quedó acuñada en la segunda estrofa del Libro de Alexandre, en donde se observa que algunos de estos poetas tiene conciencia de que su arte es más apreciado y refinado que el juglaresco. Véase dicha estrofa:
mester es sen pecado, ca es de clerecía :
fablar curso rimado por la cuaderna vía,
a sílabas cuntadas ca es gran maestría.
Así, el poeta de clerecía (entiéndase cualquier hombre culto) ha de dominar la lengua, no cometer faltas ("sen pecado"), conocer bien las reglas de la retórica y la métrica, y dar a todo ello un sentido moral y ejemplificador.
La variedad temática es otro de los rasgos de esta escuela. Se aprovechan temas profanos y eruditos con una intención didáctica y dentro de una ideología cristiana. Se busca prioritariamente la enseñanza y el didactismo, incluso en libros profanos como el Libro de Alexandre o el Libro de Apolonio. Junto a esta finalidad tendremos un ropaje de amenidad ya que los autores de clerecía siguen la norma clásica del "enseñar deleitando" (prodesse et delectare) y pretenden educar, instruir, aleccionar, presentando unos protagonistas ejemplares que encarnan destacadas cualidades morales. A menudo la obra entera es un "enxiemplo" de marcada intención didáctica y de cierta verosimilitud, características que la diferencian del mester de juglaría.
Las obras del mester se apoyan constantemente en fuentes escritas (a las que no tendrían acceso sin una dedicación estudiosa) que citan bajo la denominación de "estorias, ditados, escriptos, libriellos" con el fin de darle a la composición un carácter de "autoridad". Las fuentes que utilizan son, en primer lugar, la Biblia (vidas de santos, milagros marianos, sermonarios, libros de liturgia, etc.), traducida tempranamente al romance; y, en segundo lugar, destacan también las fuentes latinas y las francesas.
En cuanto a su evolución, podemos distinguir dos etapas bien diferenciadas: la primera abarcaría los textos escritos en el siglo XIII, mientras que la segunda recogería las obras escritas en el siglo XIV.
En la primera época, dentro de una gran variedad de asuntos, existe cierta homogeneidad y unidad poética; los autores se atienen rigurosamente a la forma poética de la cuaderna vía, comparten un universo cultural semejante, con préstamos recíprocos y dominan sin ambigüedades el carácter didáctico. A esta época pertenece la obra de Gonzalo de Berceo, el Libro de Apolonio, el Libro de Alexandre y el Poema de Fernán González.
Durante el segundo período, en el siglo XIV, se presentan obras de mayor polimetría y se pierde la rigidez de la cuaderna vía. Los temas, en lugar de ser didácticos y catequísticos como en el XIII, se hacen más satíricos o moralizadores. Hay mayor interés por la sátira de la realidad del momento y se da cabida a contenidos líricos, dramáticos, etc., con una fuerte influencia de la lírica trovadoresca. Entre sus obras destacan el Libro de Buen Amor, Rimado de Palacio del canciller Ayala o La vida de San Ildefonso.
El mester de clerecía en el siglo XIII
La homogeneidad de la poesía del siglo XIII se manifiesta en la rigidez de su "modus versificandi"; en general se atienen al isosilabismo, 14 sílabas separadas por una fuerte cesura en dos hemistiquios.
En este período destacan las siguientes obras y autores:
El Libro de Alexandre: se trata del primer poema del mester de clerecía. Compuesto en el primer tercio del siglo XIII, narra, con abundantes elementos fabulosos, la vida de Alejandro Magno. Pese a que desconocemos el nombre del autor (su autoría ha sido muy debatida), sí sabemos que se trata de un clérigo, hombre muy culto (por su dominio de las fuentes francesas y latinas) que, aunque apreciaba el arte juglaresco, se sentía muy superior a él.
La línea argumental del poema, compuesta por el relato de los sucesos más importantes vividos por Alejandro Magno, sigue como modelo el texto latino de Alexendreis, obra de Gautier de Châtillon, de gran prestigio y muy conocida en las universidades medievales. Junto a este hilo argumental, se intercalan además distintos y variados episodios, como el poema de la guerra de Troya, que puede ser considerado como un poema autónomo en sí mismo.

El Libro de Apolonio: compuesto hacia la mitad del siglo XIII, se conserva en un único manuscrito que se encuentra en El Escorial. Al igual que en el Libro de Alexandre, desconocemos al autor de la obra, si bien podemos deducir que se trata de un clérigo, dado el carácter culto y moralizante del poema.
El autor narra las aventuras y viajes del rey Apolonio, condenado a un continuo peregrinar, según el modelo griego de las novelas bizantinas. Así, los protagonistas viven una serie de peripecias antes de alcanzar el reencuentro y el reconocimiento (anagnórisis). Como fuente utiliza el autor la obra latina Historia Apolini regis Tyri y la adapta a su propio contexto sociocultural y a sus intereses artísticos. Apolonio, que en la leyenda es un filósofo pagano, aparece en el poema como un príncipe cristiano y fervoroso; y todo aquello cuanto hace y en cuanto interviene tiene el marcado sello de la Edad Media.
Gonzalo de Berceo
Clérigo secular del Monasterio de San Millán de la Cogolla, estableció en la primera mitad del siglo XIII la aplicación de la cuaderna vía a los asuntos marianos y a la noticia de la vida y milagros de los santos locales, con un fin de edificación popular. Su propósito, por tanto, es evangelizador, transmitir la doctrina cristiana en lengua vernácula para evangelizar a los fieles. Le interesa mover a la devoción y para ello debe acercarse al público, ejemplificar, escribir con claridad.
Es autor de obras hagiográficas (vidas de santos) como la de San Millán, Santo Domingo y la de Santa Oriana. Los protagonistas son héroes de una ascética, ejemplos que hay que imitar, espejos en los que mirarse. Cada uno de los episodios de su vida conlleva una moraleja, una lección moral.
Su obra más celebrada es, sin embargo, Milagros de Nuestra Señora, que se hace eco de una tradición muy viva en la Edad Media: la devoción mariana. María, madre de Jesús, tiene un acceso directo e inmediato a su hijo y por consiguiente actúa como intercesora entre el ser humano y Dios ; es la abogada que defiende a sus fieles, la que socorre a los hombres en sus momentos de necesidad. La estructura en los 25 relatos que integran la colección de milagros es muy simple: primero, el demonio tienta al transgresor, que a pesar de sus pecados es un gran devoto de la Virgen; a continuación, se produce la caída, sufrida por el pecador; y, finalmente, se produce el milagro obrado por la Virgen.
En los relatos, Berceo caracteriza pormenorizadamente a los protagonistas y funde lo maravilloso o extraordinario con lo cotidiano. Hay un predominio de los cuadros escénicos, que dotan de mayor vivacidad al relato y utiliza un lenguaje cercano al auditorio.
Otra característica importante de Gonzalo de Berceo es que este autor está cerca del pueblo que lo oye; podemos decir que se “ajuglara”, porque en cierta medida actúa como un juglar ante su público recitando su poesía doctrinal. Esto se ve perfectamente en su poesía a través de las marcas de oralidad (cuando dice, por ejemplo, “oiréis...”, “oíd...”, “escuchad...”, etc.).
Gonzalo de Berceo nos dejará en su obra el retrato de la vida sencilla de los conventos, del mundo religioso de monjes y abades, de santos y pecadores, de enfermos y moribundos, personajes siempre tratados con una gran afectividad (de ahí la abundancia de diminutivos).
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