martes, 30 de septiembre de 2014

Los inicios de la prosa medieval. La escuela de traductores de Toledo y la labor de Alfonso X el Sabio

El comienzo de la prosa medieval viene impulsado por dos factores: el uso cada vez más frecuente de la lengua vulgar en verso; y la necesidad de escribir fueros locales y documentos de poca trascendencia, que después revierte en el uso de la prosa vernácula.
No obstante, las primeras obras en prosa aparecen en relación con la Iglesia. Así pasa con las Glosas Emilanienses Silenses (hacia el siglo XI), anotaciones manuscritas en lengua romance, entre líneas o en los márgenes de algunos pasajes de un texto latino. La intención del monje copista era probablemente la de aclarar el significado de dichos pasajes. 

También se relaciona con la religiosidad medieval un libro que es traducción parcial de la Biblia, y al mismo tiempo, un itinerario por Tierra Santa: La Fazienda de Ultra Mar. Fue considerada el primer texto en prosa castellana, pero su datación se sitúa actualmente alrededor del siglo XIII.
Ya en tiempos de Fernando III (reinó de 1217 a 1252) surgen obras de carácter doctrinal, cuyo contenido se refiere a enseñanzas sobre la conducta humana y sus consecuencias morales. En general estas obras son una traducción más o menos libre de textos árabes o latinos. Así tenemos entre otras obras: el Libro de los buenos proverbios, Poridat de poridades (o Secreto de secretos, que describe una serie de consejos que Aristóteles dirige a Alejandro Magno), o Bocados de oro o Bonium. Este último relata el viaje del rey en busca de la sabiduría. De mediados del siglo XIII, es un libro de procedencia oriental, que atribuye algunas de las sentencias a filósofos griegos. 
En el comienzo del relato de ficción se acusa sobre todo la presencia de libros en forma de apólogos o cuentos. Si bien en algunos casos los argumentos tienen una procedencia folklórica, entran en la literatura a través de versiones en latín o en árabe. Estas obras aparecen en medios cortesanos y testimonian la existencia de un público oyente de gente noble, que reciben de esta forma lecciones sobre el trato y conducta humanos. La obra más destacada de estos "libros de cuentos" lo constituye el Libro de Calila e Dimna
Se cree que el Libro de Calila e Dimna es una traducción hecha del árabe en 1251 por orden del entonces infante don Alfonso. Las fuentes del libro son orientales (proceden del Panchatantra hindú) y se sustenta en la enseñanza del ejemplo (exemplo o enxiemplo en la lengua medieval). Conecta con los manuales de educación de príncipes mediante el motivo oriental de las preguntas y respuestas entre un rey y un filósofo, que da paso a cuentos ejemplarizantes contados y protagonizados por animales. El ejemplo en sí está constituido por una anécdota que se propone, o bien para que se imite y siga, si es buena y honesta, o para que se evite si es mala. La obra se ha de leer entera para que se saque de ella provecho, y pueda aplicarse a los casos de la vida real. En las páginas de Calila e Dimna se esconde una lección moral que enseña a reconocer el mal en las intenciones de los demás y a precaverse de las asechanza de los hombres y más aún de las mujeres. 
Sobre las astucias y enredos femeninos trata el Libro de los engaños o Sendebar, libro de mediados del siglo XIII. De procedencia india, es la obra más destacada del misoginismo en los comienzos de la literatura española. 
En el Sendebar, el pretexto narrativo que enmarca los cuentos es la leyenda de un príncipe que rechaza los ofrecimientos amorosos de una de las concubinas de su padre. Este rechazo provoca que la cortesana lo acuse falsamente de intentar violarla. El joven príncipe es condenado a muerte y obligado a guardar silencio por espacio de siete días. Para entretener la espera, los sabios de la corte le narran cuentos de carácter misógino. El desenlace, sentenciado por el rey, es la condena de su madrastra a morir en el fuego, mientras que el príncipe se salva. 
También la Iglesia encontró en la prosa un medio idóneo para dirigirse a los fieles en lengua común. En forma de sermón, la prosa oratoria iba destinada al pueblo, a la nobleza e, incluso, a los mismos eclesiásticos durante su formación. Estos sermones solían contener ejemplos, que podían ser cualquier fábula, parábola o descripción; y hasta se usaron cuentos profanos, recurso que llegó a ser tan abusivo que la Iglesia llegó a pedir cautela en su aprovechamiento.
De especial relevancia es la labor desarrollada por la Escuela de Traductores de Toledo durante los siglos XII y XIII, que consistía en trasladar a Europa la sabiduría de Oriente y, en especial, la de los antiguos griegos y los árabes. Hasta entonces las universidades europeas se habían limitado a la cultura latina y, aunque se tenía conocimiento de los grandes filósofos griegos, no existían traducciones y se ignoraba el contenido de su obra. Los árabes, que en su expansión habían asimilado y conservado las obras de aquellos autores, las trajeron hasta la Península junto con un ingente bagaje cultural que ellos mismos habían generado.
Toledo fue la primera gran ciudad musulmana conquistada por los cristianos, en 1085. En ella existían bibliotecas y sabios conocedores de la cultura que los árabes habían traído a la Península Ibérica. Con la presencia de una importante comunidad de doctos hebreos y la llegada de intelectuales cristianos europeos, acogidos por el cabildo de su catedral, se genera la atmósfera propicia para que Toledo se convierta en uno de los centros culturales de mayor importancia de la Europa medieval.
Según Menéndez Pidal, la labor de la escuela toledana puede dividirse en dos períodos diferenciados: el primero fue el  del arzobispo don Raimundo que, en el siglo XII, impulsó la traducción de obras de filosofía y religión del árabe al latín. Gracias a su labor, en las universidades europeas comenzó a conocerse el aristotelismo neoplotánico. Por otra parte, se empieza a recibir la ciencia oriental en Europa, al igual que la astrología, la astronomía y la aritmética.
Ya en el siglo XIII, y con la llegada del rey Alfonso X, empieza la etapa de las traducciones al castellano, de modo que la lengua romance se desarrollará para ser capaz de abordar temas científicos que hasta entonces solo habían sido tratados en latín. 
Los métodos de traducción evolucionaron con el tiempo. En un primer momento, un judío o cristiano conocedor del árabe traducía la obra original al romance oralmente ante un experto conocedor de latín que, a continuación, iba redactando en esta lengua lo que escuchaba. Más tarde, en la época de Alfonso X, los libros fueron traducidos por un único traductor conocedor de varias lenguas, cuyo trabajo era revisado al final por un corrector.
Alfonso X, impulsor de la Escuela de Traductores de Toledo, fue un rey polifacético interesado por multitud de disciplinas de la época (ciencias, historia, derecho, literatura...), al que se le debe la creación de una prosa literaria para la corte de Castilla. Al monarca, que reinó de 1252 a 1284, se le debe la consagración definitiva del castellano como lengua de cultura.  Apunta Deyermond que el empleo sistemático de la lengua romance durante su reinado se debió a su "fuerte conciencia nacional y al deseo de promover el único lenguaje común a las tres razas (cristianos, árabes y judíos) de su recientemente ampliado reino".  
La obra que aparece bajo la autoría del rey es muy extensa. Para explicar cómo se pudo llevar a cabo una obra de tal dimensión y variados asuntos es necesario pensar en unos colaboradores de gran valía. En opinión de Francisco Rico, es posible también que el rey llegase a redactar él mismo algunas partes de su obra o las dictase directamente, dado que hay fragmentos de marcado carácter personal, pero lo que es indudable hoy en día es que Alfonso X fue el arquitecto de estas obras. Es decir, concebía el plan de la obra, ponía los medios para realizarla y daba las instrucciones precisas sobre su estructura y contenido. 
La obra promovida por Alfonso X abarca sobre todo los contenidos del Derecho, las ciencias prácticas, los juegos inteligentes y la historia.
El afán de Alfonso X por dotar a su pueblo de unas normas jurídicas en la lengua común dio como resultado el Libro de las leyes o Siete partidas. Sus bases fueron, fundamentalmente, el derecho romano y las leyes de la época, junto con ideas de la doctrina de Justiniano o de filósofos antiguos y medievales. 
La labor histórica también fue muy importante: el rey quiso contar el proceso de la humanidad desde los orígenes hasta sus tiempos. Dos fueron las obras de Alfonso X de esta condición: la General Estoria y la Crónica General (o Primera Crónica General de España). Ambas no llegaron a concluirse (tal vez, como dice Deyermond, por la "magnitud de la empresa") y ambas arrancan de los tiempos bíblicos, aunque, si bien la primera tiene como objetivo referirse a todos los pueblos de la humanidad, la segunda trata solo de los "hechos de España". En sus fuentes se utilizaron tanto textos latinos, como árabes, además de información que procedía de los poemas épicos juglarescos. De esta manera se han podido estudiar las huellas de poemas como los de Fernán González, los infantes de Lara o Bernardo del Carpio.
Los sabios reunidos por el rey redactaron también obras científicas referentes al saber de la astronomía (las Tablas alfonsíes), sobre las virtudes de las piedras preciosas (el Lapidario), y también libros para el inteligente entretenimiento de las gentes, como los juegos de ajedrez, dados y tablas (Libro de axedrez, dados e tablas).
El resultado de esta labor conjunta, dirigida por el rey, fue el enriquecimiento progresivo de la prosa vernácula.

Fragmentos de textos medievales con marcado carácter misógino.

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