lunes, 20 de octubre de 2014

Sobre Calisto y Melibea.


Celestina monopoliza el interés dramático y los dos personajes quedan desdibujados ante la fuerza de la vieja. La explicación hay que encontrarla en el hecho de que los amantes están reducidos a meros símbolos de su función: ellos son los instrumentos del amor, de la sensualidad y la pasión. Pero ambos no son tratados con el mismo interés. Calisto aparece con mayor frecuencia que Melibea, posee un carácter mejor trazado y está dotado de una mayor individualización. Esta diferencia puede tener una primera explicación en el aspecto histórico y sociológico: no era posible dar a una doncella encerrada en su casa, apartada de toda la vida, considerada como simple receptáculo y custodia de su honestidad, un carácter socialmente individualizado.
De Calisto sabemos que tiene unos veintitrés años, que es rico y bien parecido, algo calavera y dilapidador de su hacienda. Constantemente da muestras de su floja voluntad y de estar dominado por su pasión (encarna el "loco amor" del que es víctima). En él como en los demás personajes, el impulso de la concupiscencia le convierte en un ser capaz de transgredir todos los principios morales, sociales y religiosos.
SEMPRONIO.- Digo que nunca Dios quiera tal, que es especie de herejía lo que ahora dijiste.
CALISTO.- ¿Por qué?
SEMPRONIO.- Porque lo que dices contradice la cristiana religión.
CALISTO.- ¿Qué a mí?
SEMPRONIO.- ¿Tú no eres cristiano?
CALISTO.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo y a Melibea amo.
Como personaje literario, Calisto representa la antítesis del caballero castellano del siglo XV; es un ser egoísta que, en cuanto se enamora, se olvida de la moral y se desentiende de la familia y sociedad. Es, también, cínico y de un materialismo rastrero. Su falta de confianza en sí mismo le hace abandonarse a Celestina y justificarse ante los criados, quienes se burlan de la afectación de su lenguaje, constantemente parodiado. 
CALISTO.- Comienzo por los cabellos. ¿Ves tú las madejas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son y no resplandecen menos. Su longura hasta el postrero asiento de sus pies, después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras.
SEMPRONIO.- Más en asnos.
CALISTO.- ¿Qué dices?
SEMPRONIO.- Dije que esos tales no serían cerdas de asno.
CALISTO.- ¡Ved qué torpe y qué comparación!
SEMPRONIO.- ¿Tú cuerdo?
CALISTO.- Los ojos verdes rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alzadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labios colorados y grosezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre cuando las mira! La tez lisa, lustrosa, el cuero suyo oscurece la nieve, la color mezclada, cual ella la escogió para sí.
SEMPRONIO.- ¡En sus trece está este necio!
En consecuencia, Calisto no es un héroe ni puede tener una muerte heroica (recordemos que muere al caer por unas escaleras).

Melibea se nos presenta mucho menos matizada. Es una doncella de honroso nacimiento, lo que parece suficiente para definirla. El honor y la virginidad son sus únicos bienes. Así, cuando Celestina le revela el auténtico motivo de su visita, entra en cólera contra la vieja.
MELIBEA.- ¡Ya, ya, ya! Buena vieja, no me digas más, no pases adelante. ¿Ése es el doliente por quien has hecho tantas premisas en tu demanda?, ¿por quien has venido a buscar la muerte para ti?, ¿por quien has dado tan dañosos pasos, desvergonzada barbuda? ¿Qué siente ese perdido, que con tanta pasión vienes? De locura será su mal. ¿Qué te parece? Si me hallaras sin sospecha de ese loco, ¿con qué palabras me entrabas? No se dice en vano que el más empecible miembro del mal hombre o mujer es la lengua. ¡Quemada seas, alcahueta, falsa, hechicera, enemiga de honestad, causadora de secretos yerros! ¡Jesú, Jesú! ¡Quítamela, Lucrecia, de delante, que me fino, que no me ha dejado gota de sangre en el cuerpo! Bien se lo merece, esto y más, quien a estas tales da oídos. Por cierto, si no mirase a mi honestidad, y por no publicar su osadía de ese atrevido, yo te hiciera, malvada, que tu razón y vida acabaran en un tiempo.
Es una mujer vehemente que pasa de la resistencia inicial a la entrega absoluta a Calisto sin apenas tránsito de duda. Y es que Melibea, aparentemente, está dispuesta a ceder desde el principio y sus reacciones ante las proposiciones primeras de Celestina están motivadas por la necesidad de salvaguardar el valor social de su honestidad.
MELIBEA: ¿Querrías condenar mi honestidad por dar vida a un loco? ¿Dejar a mí triste por alegrar a él y llevar tú el provecho de mi perdición, el galardón de mi yerro? ¿Perder y destruir la casa y la honra de mi padre por ganar la de una vieja maldita como tú? ¿Piensas que no tengo sentidas tus pisadas y entendido tu dañado mensaje?
La alteración inicial de Melibea es una reacción emotiva frente al peligro social, al perjuicio que la gestión de Celestina le puede acarrear. Lo que ella cuida es su externo concepto del honor: no hay pudor personal ni sujeciones morales. Así, aunque en el soliloquio del acto X Melibea muestra inequívocamente su intención de entregarse al amor de Calisto, a continuación, al llegar Celestina, finge Melibea pedirle solución para alguna enfermedad, jugando metafóricamente con el sentido traslaticio de los padecimientos amorosos.
MELIBEA.- Amiga Celestina, mujer bien sabia y maestra grande, mucho has abierto el camino por donde mi mal te pueda especificar. Por cierto, tú lo pides como mujer bien experta en curar tales enfermedades. Mi mal es de corazón, la izquierda teta es su aposentamiento, tiende sus rayos a todas partes. Lo segundo, es nuevamente nacido en mi cuerpo, que no pensé jamás que podía dolor privar el seso, como éste hace. Túrbame la cara, quítame el comer, no puedo dormir, ningún género de risa querría ver. La causa o pensamiento, que es la final cosa por ti preguntada de mi mal, ésta no sabré decirte, porque ni muerte de deudo, ni pérdida de temporales bienes, ni sobresalto de visión, ni sueño desvariado ni otra cosa puedo sentir que fuese, salvo alteración que tú me causaste con la demanda que sospeché de parte de aquel caballero Calisto cuando me pediste la oración.
Cuando se celebra la primera entrevista entre los dos amantes, Melibea experimenta todavía durante unos momentos un desdén que no experimenta.
MELIBEA: La sobrada osadía de tus mensajes me ha forzado a haberte de hablar, señor Calisto, que habiendo habido de mí la pasada respuesta a tus razones, no sé qué piensas más sacar de mi amor de lo que entonces te mostré. Desvía estos vanos y locos pensamientos de ti por que mi honra y persona estén, sin detrimento de mala sospecha, seguras. A esto fue aquí mi venida, a dar concierto en tu despedida y mi reposo. No quieras poner mi fama en la balanza de las lenguas maldicientes.
Después, ya totalmente dominada por su amor, se vuelve tan excesiva e inconsciente como Calisto.
¡Oh, señor!, ya que ahora soy completamente tuya, deja que te vea públicamente, de día, y de noche te esperaré siempre donde tú quieras, dispuesta al goce con que aguardo las noches que habrán de venir. 
Una vez aceptados sus sentimientos, no hay tormentos ni remordimientos. buscando tan solo la satisfacción de su pasión. Por ello, cuando la desgracia se cierne sobre ella, la única salida posible es la muerte voluntaria. Muerto Calisto, ella renuncia a seguir viviendo.
MELIBEA: Pues ¿qué crueldad sería, padre, mío, muriendo él despeñado, que biviesse yo penada? Su muerte conbida a la mía. Combídame y fuerça que sea presto, sin dilación; muéstrame que ha de ser despeñada por seguille en todo. No digan por mí «a muertos y a ydos». Y assí contentarle he en la muerte, pues no tove tiempo en la vida .
Melibea, anteheroína de dimensiones heroicas, es el personaje que mejor concentra, en el momento de su muerte, la intensidad de la tragedia. En el monólogo de su suicidio, Melibea no manifiesta mala conciencia ni idea alguna de pecado, ni tampoco el consiguiente arrepentimiento; es más, exige y desea ser enterrada junto a Calisto ("sean juntas nuestras sepulturas; juntas nos hagan nuestras obsequias"), lo que no deja de ser un deseo imposible, pues a los suicidas ni se les respetaban las últimas voluntades, ni se les enterraba en sepultura cristiana. 

En cuanto a los padres de Melibea, Pleberio y Alisa, pertenecen al mundo de la clase dominante, nueva oligarquía burguesa y mercantil, firmemente urbana. Pleberio se nos presenta como una especie de constructor, fabricante, comerciante... Alisa se muestra pagada de su riqueza y posición social, y se dedica a especular sobre el matrimonio de su hija, sin haberle consultado apenas. Se complace, además, en ser una madre abnegada y protectora de la honra y buena educación de su hija. Sin embargo, permite que Celestina entre en su casa y se quede a solas con una joven casadera, comportándose como una madre negligente y despreocupada. Al final, cuando sospecha que algún mal le ha sucedido a Melibea, se desmorona: ("¿Es algún mal de Melibea? Por Dios, que me lo digas, porque si ella pena no quiero yo vivir").
Pleberio, al igual que su esposa, actúa igual de confiado e imprudente. Cobra especial importancia en los dos últimos actos, en donde se muestra como padre cariñoso y humano. Cuando oye de la boca de su propia hija cómo ella ha difamado su honra y la de toda la familia, no profiere palabras de indignación ni de represión, sino de cariño. Su vida pierde todo sentido al suicidarse ésta, por lo cual declama el planto final de la obra, un lamento por el poder del amor donde sufre por la soledad y esterilidad a la que le ha condenado el destino tras tanto esfuerzo sin fruto.
PLEBERIO.- ¡Ay, ay, noble mujer! Nuestro gozo en el pozo, nuestro bien todo es perdido. ¡No queramos más vivir! Y por que el incogitado dolor te dé más pena, todo junto sin pensarle, por que más presto vayas al sepulcro, por que no llore yo solo la pérdida dolorida de entrambos, ves allí a la que tú pariste y yo engendré hecha pedazos.

La causa supe de ella; más la he sabido por extenso de esta su triste sirvienta. Ayúdame a llorar nuestra llagada postrimería. ¡Oh gentes que venís a mi dolor! ¡Oh amigos y señores, ayudadme a sentir mi pena! ¡Oh mi hija y mi bien todo! Crueldad sería que viva yo sobre ti. Más dignos eran mis sesenta años de la sepultura que tus veinte. Turbose la orden del morir con la tristeza que te aquejaba. ¡Oh mis canas, salidas para haber pesar, mejor gozara de vosotras la tierra que de aquellos rubios cabellos, que presentes veo! Fuertes días me sobran para vivir, quejarme he de la muerte, incusarle he su dilación

cuanto tiempo me dejare solo después de ti. Fálteme la vida, pues me faltó tu agradable compañía. ¡Oh mujer mía! Levántate de sobre ella y, si alguna vida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos, en quebrantamiento y suspirar. Y si por caso tu espíritu reposa con el suyo, si ya has dejado esta vida de dolor, ¿por qué quisiste que lo pase yo todo? En esto tenéis ventaja las hembras a los varones, que puede un gran dolor sacaros del mundo sin lo sentir, o a lo menos perdéis el sentido, que es parte de descanso. ¡Oh duro corazón de padre! ¿Cómo no te quiebras de dolor, que ya quedas sin tu amada heredera? ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh tierra dura!, ¿cómo me sostienes? ¿A dónde hallará abrigo mi desconsolada vejez? ¡Oh fortuna variable, ministra y mayordoma de los temporales bienes!, ¿por qué no ejecutaste tu cruel ira, tus mudables ondas, en aquello que a ti es sujeto? ¿Por qué no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste mis grandes heredamientos? Dejárasme aquella florida planta, en quien tú poder no tenías; diérasme, fortuna fluctuosa, triste la mocedad con vejez alegre, no pervirtieras la orden. Mejor sufriera persecuciones de tus engaños en la recia y robusta edad que no en la flaca postrimería. ¡Oh vida de congojas llena, de miserias acompañada! ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dijeron, muchos en tus cualidades metieron la mano, a diversas cosas por oídas te compararon. Yo por triste experiencia lo contaré como a quien las ventas y compras de tu engañosa feria no prósperamente sucedieron, como aquel que mucho ha hasta ahora callado tus falsas propiedades por no encender con odio tu ira, por que no me secases sin tiempo esta flor, que este día echaste de tu poder. Pues ahora, sin temor, como quien no tiene qué perder, como aquel a quien tu compañía es ya enojosa, como caminante pobre que, sin temor de los crueles salteadores, va cantando en alta voz. Yo pensaba en mi más tierna edad que eras y eran tus hechos regidos por alguna orden. Ahora, visto el pro y la

contra de tus bienandanzas, me pareces un laberinto de errores, un desierto espantable, una morada de fieras, juego de hombres que andan en corro, laguna llena de cieno, región llena de espinas, monte alto, campo pedregoso, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, fuente de cuidados, río de lágrimas, mar de miserias, trabajo sin provecho, dulce ponzoña, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor. Cébasnos, mundo falso, con el manjar de tus deleites; al mejor sabor nos descubres el anzuelo; no lo podemos huir, que nos tiene ya cazadas las voluntades. Prometes mucho, nada no cumples; échasnos de ti por que no te podamos pedir que mantengas tus vanos prometimientos. Corremos por los prados de tus viciosos vicios, muy descuidados, a rienda suelta; descúbresnos la celada cuando ya no hay lugar de volver. Muchos te dejaron con temor de tu arrebatado dejar; bienaventurados se llamarán cuando vean el galardón que a este triste viejo has dado en pago de tan largo servicio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario